domingo, 10 de junio de 2012

Sin título y sin final (posible comienzo de)

I

Los anteojos grandes, de marco grueso, marrón, un poco redondos y un poco rectos. La manera en que se reflejaba en los cristales, chiquitito, con cada una de sus caras. Cómo se los acomodaba mecánicamente bien pegados al entrecejo, hasta que se volvían a deslizar por esa nariz tan suave, tan perspicaz. Cómo se veían sus pestañas a través de los lentes. Y el aroma, ese perfume a encierro que llevaba a todos lados, mezcla de vapor y de jazmín. Se iba a dormir con él y se despertaba también con él al día siguiente. Todo eso lo encandecía, lo obnubilaba. Cuando la veía leyendo sentada en el sillón en el medio del living, que había arrastrado hasta ahí "porque me inspira", le había explicado una tarde -si se pasaba rápido por al lado se la podía confundir con un mueble más, tan tiesa, tan muda, tan olvidada entre las páginas y los almohadones rojos o colorados, como le gustaba decir a ella-, evocaba el recuerdo de su madre. Esa era otra de las razones por las que se sentía incapacitado de alejarse alguna vez de ella. Ella es Julia. Su Julia. La Julia que siempre buscó, que siempre quiso. A la que quiso antes incluso de conocerla y no, no se había planteado irse, dejarla, porque sin ella no era él.
Julia lo quiere. Sí, sí, sí, sí lo quiere, lo re quiere, si es un divino Pablo, cómo no lo va a querer. Tiene lo suyo también, ojo, no te vayas a pensar que es el hombre ideal ni mucho menos, no, Pablito es un tipo particular. Para qué hablar de más si en realidad los hechos hablan por sí solos.
La mañana, el sol, las nubes. Qué lindo le queda el sol a Julia, cómo le van cambiando los tonos del pelo, parece que tuviera un arcoiris de marrones, de los lindos, de los dorados. Entorna los ojos porque el reflejo le molesta un montón. Cuando hay viento es mejor porque entonces los pelos se le vuelan todos y empieza a decir cualquier cosa de la bronca que le da que se desarme el arcoiris y todo pasa a ser una tragedia y una porquería. La película es mala, el día está feo, el frío, mejor en casa. Hasta enojada le dan ganas de abrazarla tanto, de besarla, de quererla, aún más, pero ya es imposible. Con este sol saldría a caminar pero Juli, su amor Juli, no, porque el viento, mejor seguir adentro, café con leche, tostaditas con queso, el verde, y mermelada de durazno. Caliente la tostada, si se enfría no la quiero, ¿qué hacés? no sé, tirala, dale a las palomas, Pablo, qué se yo, quiero la tostada calientita con un poquito de queso y otro poquito de mermelada de durazno. Jalea no, mermelada. No me importa que no se diga calientita, se dice así porque mi mamá es profesora de letras y ella dice así. Te dije mil veces que no me gustan los besos con tanto labio, sí, andá a lavarte los dientes también, basta, enserio, dormimos juntos, qué tanto saludo.

II

Sonaba el teléfono pero la cabeza le pesaba, no podía moverla. Se enojaba con quien lo estaba llamando, se esforzó por atender pero no pudo. Manoteó la perilla del velador y observó cómo caminaba por la mesa de luz una especie de cucaracha gris. Abrió los ojos de golpe. Julia estaba roncando al lado de él. No había sido un sueño terrible pero se despertó sobresaltado, con miedo. Siguió durmiendo. Estaba en el departamento donde vivía Julia antes, ella estaba con otro hombre, él observaba desde un rincón, sin sentir celos, ni dolor, sólo observaba, comprensivo, ausente. El hombre le hacía una caricia a Julia y se iba a la cocina. Julia, sola, se daba vuelta y lo miraba a él y empezaba a hablarle como siempre. Pablo reconocía en sus gestos una identidad que sólo se correspondía con ella, que la hacía reconocible, irrepetible e inigualable. Se le acercaba y la abrazaba. En ese momento comprendía que él no existía, era un fantasma del mundo de Julia, era creado por su inconsciente, convivía con ella, en ella, y solamente tomaba protagonismo cuando ella le dirigía la palabra, una palabra dirigida hacia la nada en realidad porque su existencia era falsa, no tenía cuerpo ni independencia, era simplemente un miedo, un acto fallido, una invención no deseada, sin objetivo.
Para esas cosas sos tan ocurrente, Pablo. Para las cosas normales no. No creo que te tenga que dar explicaciones de nada, si vos alucinás que estoy con otro por algo será. Igual, vos sabés que yo te quiero pero no voy a dejar de conocer gente, no me voy a privar de eso. Se me hace tarde, entendeme, tengo que ir a trabajar. Después hablamos.
Pablo se quedó mirando cómo Julia se abrigaba, cómo se aseguraba de no estar olvidando nada, cómo, en silencio abría, la puerta, llamaba al ascensor y cerraba la puerta, dando dos vueltas a la llave. Parado, solo, mirando fijo la cerradura.

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