martes, 15 de mayo de 2012

XCVIII EL AMOR DE LA MENTIRA

Cuando te veo pasar, ¡oh!, mi querida, indolente,
Al cantar de los instrumentos que se rompe en el cielo raso
Suspendiendo tu andar armonioso y lento,
Y paseando el hastío de tu mirar profundo;


Cuando contemplo bajo la luz del gas que la colora,
Tu frente pálida, embellecida por morbosa atracción,
Donde las antorchas nocturnas encienden una aurora,
Y tus ojos atraen cual los de un retrato,


Yo me digo: ¡Qué hermosa es! y ¡qué singularmente fresca!
El recuerdo macizo, real e imponente torre,
La corona, y su corazón cual un melocotón magullado,
Está maduro, como su cuerpo, para el sabio amor.


¿Eres el fruto otoñal de sabores soberanos?
¿Eres la urna fúnebre aguardando algunas lágrimas,
Perfume que hace soñar con oasis lejanos,
Almohada acariciante, o canastillo de flores?


Yo sé que hay miradas, de las más melancólicas,
Que no recelan jamás secretos preciosos;
Hermosos alhajeros sin joyas, medallones sin reliquias,
Más vacíos, más profundos que vosotros mismos,


¡oh Cielos!¿Pero, no basta que tú seas la apariencia,
Para regocijar un corazón que rehuye la verdad?
¿Qué importa tu torpeza o tu indiferencia?
Máscara o adorno, ¡salud! Yo adoro tu beldad








Las flores del mal 
Charles Baudelaire

Mecanismo psicológico que reduce las consecuencias de un acontecimiento estresante en la vida del hombre del 5B

Lo primero que vi fue el ojo. Un ojo marrón, grande, con la pupila gorda, que se iba acercando cada vez más, hasta que sólo era pupila y después sólo negro. Después blanco y ahí el agujero.
Tan enfrascado estaba en la música que ver el ojo me sobresaltó. Tendría que haber visto una oreja o en todo caso una boca. No, fue un ojo. Quizás como una forma de aseverar que son cinco los sentidos. Ya ni recuerdo si el cd terminó o lo apagué, el caso es que dejé de escucharlo, empecé a observar.

Un agujero redondo, perfecto, en la mitad de la pared. Grande lo suficiente como para que entrara un ojo y una cara entera de ser necesario, todo dependía de la distancia a la que se ubicara el individuo portador de la fisonomía en cuestión. 

Me agaché hasta hacer coincidir mi ojo en el orificio, con cuidado, con algo de miedo. Dejé una distancia prudente entre mis pestañas y el revoque, concentré todo el poder de mi visión en el ojo sometido. Entorné el otro sin cerrarlo de todo, por las dudas.

Blanco. Tan blanco que caí sentado, sin poder ver mucho más. Como un flash o más bien una lamparita prendida y encajada. No sé cuánto tiempo estuve sin poder moverme, mirando la falencia de la pared con bronca, pensando cuál de todos mis vecinos había podido planear esa maligna estrategia para molestarme. Pero no, no podía ser.

Decidí olvidar el asunto. ¿Cuán malo podía ser un agujero? Ya era tarde, me acosté. Pasó una hora, dos, no lograba conciliar el sueño. Al apagar la luz se me venía a la cabeza la imagen de la pupila misteriosa y luego el blanco radiante, la pupila, el blanco radiante, pupila, blanco, radiante, blanco, pupila, radiante, radianblanpupil, pupiblanradi. 

No sé cómo terminé parado enfrente del agujero y comencé a notar que lo encerraba una especie de hendidura rectangular que iba desde el piso hasta diez centímetros antes del techo. Sí, eran diez, me tomé el trabajo de medirlo. Al bajar de la escalerita con la que me ayudé para precisar la longitud, me percaté de que del lado derecho la hendidura no era regular y tres chapas muy finas sobresalían. Me alejé. Observé de un costado y del otro hasta que estuve en condiciones de afirmarlo: era una puerta. Una puerta oculta, disimulada, quizás hecha para que nadie supiera de su existencia jamás. Hacía nueve años que vivía en ese departamento y nunca la había visto. Lo curioso era lo que había aparecido en ese agujero, que ahora comprendía que se evidenciaba la falta del picaporte de la puerta fantasma.

Inmediatamente salí al pasillo e intenté encontrar un agujero similar en alguna de las paredes. Sin éxito volví a mi casa, doblemente preocupado. Había una puerta a través de la cual alguien con un ojo marrón me había estado observando y esa puerta no se veía del lado opuesto de la pared, como la lógica de las puertas indicaría.

A las ocho de la mañana sonó el timbre. Aún estaba un poco dormido pero eso no iba a interferir en lo que tenía que suceder, estaba muy decidido. Para el mediodía ya habían terminado, un trabajo limpio. Una fina capa de cemento era suficiente. No más agujero, no más puerta y, sobretodo, no más intruso.

martes, 8 de mayo de 2012

Arrebato

Las manos que exclaman se callaron, ya no se quejan. Ahora están quietas, aferradas a tu espalda como si de eso dependiera toda estabilidad. Y tus manos me contienen entera, estoy dentro tuyo, ahí donde la física se marea y toda ley pierde jerarquía, donde el silencio no es vacío sino que resplandece, alumbra, nos despoja de todo contexto.
Sólo existe tu pecho adherido a mi nariz, tu boca impregnada en mi frente, la sonrisa que juntos dibujamos. El miedo se desvanece al encontrarnos, la duda se vuelve fugitiva.
Perdemos peso, olvidamos lo innecesario. Nos convertimos en acción y en presente.