jueves, 12 de julio de 2012

Genial idea


Interrumpió el silencio de tumba que de pronto había provocado el rubio después de narrarle a su amiguito la historieta esa. Los dos se la quedaron mirando con desconfianza. De pronto era un pecado reconocer que la soledad era alarmante y que todo ese cuento de amor y pasión no era tan importante como ellos pretendían. A ella le importaba que se hiciera de día lo más rápido posible para poder salir de ahí. Realmente parecía que estaban encerrados. No, no parecía, lo estaban. Genial idea la de viajar sola en busca de aventuras, para despejar la mente. En ese momento la mente estaba completa de todos los problemas que había querido abandonar en Rosario y encima había uno nuevo y aún más inquietante: no volver a esos problemas nunca más. Ni que hablar del frío y del hambre. La amabilidad y la cordialidad de los otros dos la enervaban, ¿por qué no se alarmaban? ¿Tanto confiaban en que al día siguiente todo iba a ser mejor? Qué ilusos, no tenían idea de lo que las mañanas pueden traer de regalo, así como quien no quiere la cosa.

El rubio miró a su compañero. Recordaba que al principio de la travesía él le había contado que se habían hecho amigos en el hostel porque compartían habitación. Debía ser porque no se conocían tanto que eran tan simpáticos, al principio las relaciones son así, empiezan llenas de sonrisas y después uno se va cansando y el otro también. Estos chicos se mostraban entusiasmados, como si los pies congelados fueran algo divertido, algo para contar después, si es que hay alguien a quien contarle. El compañero, que estaba recostado, repitió susurrando su pregunta. El rubio sonrió, la miró y continuó su historia. Ella no prestó atención. Había hecho la pregunta para que terminaran con la pavada pero era bastante ocurrente el rubio. El otro estaba muy entretenido y muy conforme con todo. Qué linda la amistad, después cada uno se vuelve a su casa y se terminó.

¿Acá hay que bajar? ¿A vos te parece que hay que bajar acá? Esta es Cabrera, tiene que hacer toda una vuelta, si vos sabés que esta no es Corrientes, ¿para qué preguntás? Te encanta hincharme las pelotas, todo el día así. Se, bueno, bajate acá si querés y después te veo, qué me importa, si me preguntan por vos les digo que te tenía podrida, ya fue, no te voy a cambiar el cerebro de un día para el otro. No, no te corté, corazón, bueno, está bien, la madre se hincha las pelotas, yo no. ¿Hola? Bueno, llego a casa y te llamo ¿me escuchás? Te llamo del fijo porque se corta ¿hola? Ah, chau, chau. Conforme a tu criterio lo que hiciste el otro día estuvo bárbaro, para mí fue un mamarracho. Quizás me convierta en esos fantasmas que viven por siempre en el lugar donde dejaron de existir. Qué ironía pensar que un fantasma vive. Hay gente que vive como fantasma. No es este el caso, escalar una montaña para dignificar la existencia y probar que se elige todo el tiempo, se vive a través de la experiencia y acá estamos. 

Cuando abrió los ojos tenía al rubio tan pero tan cerca que, de ser él un poco mayor o ella más joven, le hubiese encajado un beso. No estaba segura de si lo que veía era real ni de si los demás la estaban viendo como ella a los demás. Lo primero que pensó cuando se dio cuenta de que estaba en un hospital fue que mejor que Osvaldo nunca se enterara de eso y deseó que no fuera demasiado tarde. El rubio ya estaba un poco más lejos y más distraído cuando, con esfuerzo, aclaró la voz y le preguntó: ¿y? ¿cómo termina el cuento?

domingo, 10 de junio de 2012

Sin título y sin final (posible comienzo de)

I

Los anteojos grandes, de marco grueso, marrón, un poco redondos y un poco rectos. La manera en que se reflejaba en los cristales, chiquitito, con cada una de sus caras. Cómo se los acomodaba mecánicamente bien pegados al entrecejo, hasta que se volvían a deslizar por esa nariz tan suave, tan perspicaz. Cómo se veían sus pestañas a través de los lentes. Y el aroma, ese perfume a encierro que llevaba a todos lados, mezcla de vapor y de jazmín. Se iba a dormir con él y se despertaba también con él al día siguiente. Todo eso lo encandecía, lo obnubilaba. Cuando la veía leyendo sentada en el sillón en el medio del living, que había arrastrado hasta ahí "porque me inspira", le había explicado una tarde -si se pasaba rápido por al lado se la podía confundir con un mueble más, tan tiesa, tan muda, tan olvidada entre las páginas y los almohadones rojos o colorados, como le gustaba decir a ella-, evocaba el recuerdo de su madre. Esa era otra de las razones por las que se sentía incapacitado de alejarse alguna vez de ella. Ella es Julia. Su Julia. La Julia que siempre buscó, que siempre quiso. A la que quiso antes incluso de conocerla y no, no se había planteado irse, dejarla, porque sin ella no era él.
Julia lo quiere. Sí, sí, sí, sí lo quiere, lo re quiere, si es un divino Pablo, cómo no lo va a querer. Tiene lo suyo también, ojo, no te vayas a pensar que es el hombre ideal ni mucho menos, no, Pablito es un tipo particular. Para qué hablar de más si en realidad los hechos hablan por sí solos.
La mañana, el sol, las nubes. Qué lindo le queda el sol a Julia, cómo le van cambiando los tonos del pelo, parece que tuviera un arcoiris de marrones, de los lindos, de los dorados. Entorna los ojos porque el reflejo le molesta un montón. Cuando hay viento es mejor porque entonces los pelos se le vuelan todos y empieza a decir cualquier cosa de la bronca que le da que se desarme el arcoiris y todo pasa a ser una tragedia y una porquería. La película es mala, el día está feo, el frío, mejor en casa. Hasta enojada le dan ganas de abrazarla tanto, de besarla, de quererla, aún más, pero ya es imposible. Con este sol saldría a caminar pero Juli, su amor Juli, no, porque el viento, mejor seguir adentro, café con leche, tostaditas con queso, el verde, y mermelada de durazno. Caliente la tostada, si se enfría no la quiero, ¿qué hacés? no sé, tirala, dale a las palomas, Pablo, qué se yo, quiero la tostada calientita con un poquito de queso y otro poquito de mermelada de durazno. Jalea no, mermelada. No me importa que no se diga calientita, se dice así porque mi mamá es profesora de letras y ella dice así. Te dije mil veces que no me gustan los besos con tanto labio, sí, andá a lavarte los dientes también, basta, enserio, dormimos juntos, qué tanto saludo.

II

Sonaba el teléfono pero la cabeza le pesaba, no podía moverla. Se enojaba con quien lo estaba llamando, se esforzó por atender pero no pudo. Manoteó la perilla del velador y observó cómo caminaba por la mesa de luz una especie de cucaracha gris. Abrió los ojos de golpe. Julia estaba roncando al lado de él. No había sido un sueño terrible pero se despertó sobresaltado, con miedo. Siguió durmiendo. Estaba en el departamento donde vivía Julia antes, ella estaba con otro hombre, él observaba desde un rincón, sin sentir celos, ni dolor, sólo observaba, comprensivo, ausente. El hombre le hacía una caricia a Julia y se iba a la cocina. Julia, sola, se daba vuelta y lo miraba a él y empezaba a hablarle como siempre. Pablo reconocía en sus gestos una identidad que sólo se correspondía con ella, que la hacía reconocible, irrepetible e inigualable. Se le acercaba y la abrazaba. En ese momento comprendía que él no existía, era un fantasma del mundo de Julia, era creado por su inconsciente, convivía con ella, en ella, y solamente tomaba protagonismo cuando ella le dirigía la palabra, una palabra dirigida hacia la nada en realidad porque su existencia era falsa, no tenía cuerpo ni independencia, era simplemente un miedo, un acto fallido, una invención no deseada, sin objetivo.
Para esas cosas sos tan ocurrente, Pablo. Para las cosas normales no. No creo que te tenga que dar explicaciones de nada, si vos alucinás que estoy con otro por algo será. Igual, vos sabés que yo te quiero pero no voy a dejar de conocer gente, no me voy a privar de eso. Se me hace tarde, entendeme, tengo que ir a trabajar. Después hablamos.
Pablo se quedó mirando cómo Julia se abrigaba, cómo se aseguraba de no estar olvidando nada, cómo, en silencio abría, la puerta, llamaba al ascensor y cerraba la puerta, dando dos vueltas a la llave. Parado, solo, mirando fijo la cerradura.

martes, 15 de mayo de 2012

XCVIII EL AMOR DE LA MENTIRA

Cuando te veo pasar, ¡oh!, mi querida, indolente,
Al cantar de los instrumentos que se rompe en el cielo raso
Suspendiendo tu andar armonioso y lento,
Y paseando el hastío de tu mirar profundo;


Cuando contemplo bajo la luz del gas que la colora,
Tu frente pálida, embellecida por morbosa atracción,
Donde las antorchas nocturnas encienden una aurora,
Y tus ojos atraen cual los de un retrato,


Yo me digo: ¡Qué hermosa es! y ¡qué singularmente fresca!
El recuerdo macizo, real e imponente torre,
La corona, y su corazón cual un melocotón magullado,
Está maduro, como su cuerpo, para el sabio amor.


¿Eres el fruto otoñal de sabores soberanos?
¿Eres la urna fúnebre aguardando algunas lágrimas,
Perfume que hace soñar con oasis lejanos,
Almohada acariciante, o canastillo de flores?


Yo sé que hay miradas, de las más melancólicas,
Que no recelan jamás secretos preciosos;
Hermosos alhajeros sin joyas, medallones sin reliquias,
Más vacíos, más profundos que vosotros mismos,


¡oh Cielos!¿Pero, no basta que tú seas la apariencia,
Para regocijar un corazón que rehuye la verdad?
¿Qué importa tu torpeza o tu indiferencia?
Máscara o adorno, ¡salud! Yo adoro tu beldad








Las flores del mal 
Charles Baudelaire

Mecanismo psicológico que reduce las consecuencias de un acontecimiento estresante en la vida del hombre del 5B

Lo primero que vi fue el ojo. Un ojo marrón, grande, con la pupila gorda, que se iba acercando cada vez más, hasta que sólo era pupila y después sólo negro. Después blanco y ahí el agujero.
Tan enfrascado estaba en la música que ver el ojo me sobresaltó. Tendría que haber visto una oreja o en todo caso una boca. No, fue un ojo. Quizás como una forma de aseverar que son cinco los sentidos. Ya ni recuerdo si el cd terminó o lo apagué, el caso es que dejé de escucharlo, empecé a observar.

Un agujero redondo, perfecto, en la mitad de la pared. Grande lo suficiente como para que entrara un ojo y una cara entera de ser necesario, todo dependía de la distancia a la que se ubicara el individuo portador de la fisonomía en cuestión. 

Me agaché hasta hacer coincidir mi ojo en el orificio, con cuidado, con algo de miedo. Dejé una distancia prudente entre mis pestañas y el revoque, concentré todo el poder de mi visión en el ojo sometido. Entorné el otro sin cerrarlo de todo, por las dudas.

Blanco. Tan blanco que caí sentado, sin poder ver mucho más. Como un flash o más bien una lamparita prendida y encajada. No sé cuánto tiempo estuve sin poder moverme, mirando la falencia de la pared con bronca, pensando cuál de todos mis vecinos había podido planear esa maligna estrategia para molestarme. Pero no, no podía ser.

Decidí olvidar el asunto. ¿Cuán malo podía ser un agujero? Ya era tarde, me acosté. Pasó una hora, dos, no lograba conciliar el sueño. Al apagar la luz se me venía a la cabeza la imagen de la pupila misteriosa y luego el blanco radiante, la pupila, el blanco radiante, pupila, blanco, radiante, blanco, pupila, radiante, radianblanpupil, pupiblanradi. 

No sé cómo terminé parado enfrente del agujero y comencé a notar que lo encerraba una especie de hendidura rectangular que iba desde el piso hasta diez centímetros antes del techo. Sí, eran diez, me tomé el trabajo de medirlo. Al bajar de la escalerita con la que me ayudé para precisar la longitud, me percaté de que del lado derecho la hendidura no era regular y tres chapas muy finas sobresalían. Me alejé. Observé de un costado y del otro hasta que estuve en condiciones de afirmarlo: era una puerta. Una puerta oculta, disimulada, quizás hecha para que nadie supiera de su existencia jamás. Hacía nueve años que vivía en ese departamento y nunca la había visto. Lo curioso era lo que había aparecido en ese agujero, que ahora comprendía que se evidenciaba la falta del picaporte de la puerta fantasma.

Inmediatamente salí al pasillo e intenté encontrar un agujero similar en alguna de las paredes. Sin éxito volví a mi casa, doblemente preocupado. Había una puerta a través de la cual alguien con un ojo marrón me había estado observando y esa puerta no se veía del lado opuesto de la pared, como la lógica de las puertas indicaría.

A las ocho de la mañana sonó el timbre. Aún estaba un poco dormido pero eso no iba a interferir en lo que tenía que suceder, estaba muy decidido. Para el mediodía ya habían terminado, un trabajo limpio. Una fina capa de cemento era suficiente. No más agujero, no más puerta y, sobretodo, no más intruso.

martes, 8 de mayo de 2012

Arrebato

Las manos que exclaman se callaron, ya no se quejan. Ahora están quietas, aferradas a tu espalda como si de eso dependiera toda estabilidad. Y tus manos me contienen entera, estoy dentro tuyo, ahí donde la física se marea y toda ley pierde jerarquía, donde el silencio no es vacío sino que resplandece, alumbra, nos despoja de todo contexto.
Sólo existe tu pecho adherido a mi nariz, tu boca impregnada en mi frente, la sonrisa que juntos dibujamos. El miedo se desvanece al encontrarnos, la duda se vuelve fugitiva.
Perdemos peso, olvidamos lo innecesario. Nos convertimos en acción y en presente.

domingo, 29 de abril de 2012

página 203

- Me hace bien que me mires- dijo Austin-, y quisiera advertirte que no termino en absoluto a la altura del estómago. Sigo más abajo, mucho más abajo, si te fijás bien verás una cantidad de cosas: allá están las rodillas, por ejemplo, y en este muslo tengo una cicatriz que me hizo un perro en Bath, un día de vacaciones. Mírame, aquí estoy. 


Celia se incorporó sobre un codo, estirándose alcanzó el vaso de agua en la mesa de noche, lo bebió sedienta. Austin se apretó contra ella, una mano perdiéndose en su espalda, profundamente, mientras Celia se volvía para esconder la cara en su pecho y de pronto se contraía como negándose, sin rechazarlo pero bruscamente aparte, iniciando una frase ahogada y callándose, temblando bajo una caricia que la poseía hasta lo más hondo, y reconociendo ese mismo temblor en el recuerdo y rechazándolo para decir con una voz casi inaudible: "Austin, te he mentido", aunque no había sido una mentira, se había hablado de un médico, de su madre, de gentes que la habían mirado y la habían tocado de otra manera, de una condiscípula con la que había compartido una habitación, y ella no había mentido, pero si no decirlo todo era mentir entonces sí, había mentido por omisión y la grieta se abría ahí en plena dicha, separándola de Austin que no escuchaba, que seguía acariciándola, que buscaba tenderla de espaldas sin violencia, que poco a poco parecía entender y débilmente preguntaba, retrocedía para abrir un hueco entre los cuerpos, la miraba en los ojos y esperaba. Sólo mucho más tarde, en la oscuridad, ella le habló de Hélène con frases confusas que un llanto pueril y convulso reducía a hilachas, y Austin supo que no había sido el primero en bajar lentamente una sábana para mirar una espalda inmóvil, para hacer nacer de la infancia el verdadero cuerpo de Celia.






62/Modelo para armar
Julio Cortázar
Yo en la cama, desnuda. Vos parado y vestido. Casi como una representación gráfica de lo que sucede con nuestras sensaciones. Vos explorás alrededor, mirás cada rincón, tocás todo. Yo te miro, te charlo, me río, mucho. Te sentás en un extremo de la cama y te abrazo con mis piernas, te atrapo los brazos, te impido moverte. Hago la pregunta, buscando la respuesta que no sé enfrentar. Típico. No te creo capaz de decir nada. Tu cara denota que estás calculando cómo, fijás la vista en punto muerto. Alargás los adverbios y las preposiciones. No lo vas a decir. Aunque sí, por qué no, yo cómo voy a saber de qué hablás. Silencio. Casualmente lo sé, también pienso en cómo explicártelo.
Lento, te devuelvo tu libertad, desajustando mis piernas de tu cuerpo, evitando todo contacto. Me voy a la otra habitación a cubrirme, la desnudez ya no me representa. Esperás a la luz del velador, pensando que quizás no estuviste bien, que por qué reaccioné así, que qué te importa en realidad.
Me encontrás en la oscuridad, hacés un halago casi por obligación, para recomponer la dialéctica que nos va. Te juego, muevo el pelo, mirándote. Vos no me ves bien porque no hay luz pero mi mueca es una burla que, casualmente, también, con un beso se desarma.
Chau, hermosa, que descanses.