domingo, 29 de abril de 2012

Yo en la cama, desnuda. Vos parado y vestido. Casi como una representación gráfica de lo que sucede con nuestras sensaciones. Vos explorás alrededor, mirás cada rincón, tocás todo. Yo te miro, te charlo, me río, mucho. Te sentás en un extremo de la cama y te abrazo con mis piernas, te atrapo los brazos, te impido moverte. Hago la pregunta, buscando la respuesta que no sé enfrentar. Típico. No te creo capaz de decir nada. Tu cara denota que estás calculando cómo, fijás la vista en punto muerto. Alargás los adverbios y las preposiciones. No lo vas a decir. Aunque sí, por qué no, yo cómo voy a saber de qué hablás. Silencio. Casualmente lo sé, también pienso en cómo explicártelo.
Lento, te devuelvo tu libertad, desajustando mis piernas de tu cuerpo, evitando todo contacto. Me voy a la otra habitación a cubrirme, la desnudez ya no me representa. Esperás a la luz del velador, pensando que quizás no estuviste bien, que por qué reaccioné así, que qué te importa en realidad.
Me encontrás en la oscuridad, hacés un halago casi por obligación, para recomponer la dialéctica que nos va. Te juego, muevo el pelo, mirándote. Vos no me ves bien porque no hay luz pero mi mueca es una burla que, casualmente, también, con un beso se desarma.
Chau, hermosa, que descanses.

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